Por: Apasanca Rock (cuento)
La garúa y el viento asolaba mi concentración y una insospechada infantería de nubes borraba las prolongadas sombras del paisaje, evitando que continuara con mi trabajo. Trate de resistirme a las inclemencias del tiempo, convencido de la importancia del cuadro, al creer que efectivamente, desarrollaba de una de mis mejores obras artísticas. Fue cuando presentí un hálito sugestivamente atractivo, que lentamente se acercaba ante mi presencia, al levantar la cabeza, mis ojos contemplaban a la mujer mas hermosa que jamás había presenciado, mi espíritu se conecto en una muda sincronía, como una prueba mágica del que solo mi subjetividad pudo entender. Colgado de una guitarra, la vi cruzar, componiendo su ruta, con una solemnidad calculada, se detuvo por un momento para entender las ilusiones sueltas, que comenzaban a brotar la tarde aquella. No dude un solo segundo en invitarla a tomar un café, prometiéndome que seria en la brevedad de su retorno. Al cabo de dos horas, estábamos juntos platicando instalados en la plazoleta de San Cristóbal. Era una niña excelsa, de mirada segura y vientre firme, que iba encontrando la vida cantando, llevaba el cabello ensortijado entre menudos labios, todo en ella era perfecto, su aguda inteligencia demostraba que había superado los obstáculos sedentarios, transitaba por complejos senderos para aseverar su insubordinado espíritu.
Intrigados, sostuvimos las miradas, al prolijo deseo y a la necesidad profunda de la acción, no había alternativa para dar marcha atrás. Ella estaba convencida en comprender que no estaba equivocada y eligió la decisión correcta, consciente del amor profundo, que lentamente brotaba detrás de aquel estallido. La vibración fue clara y reciproca, sabíamos que no se trataba de un amor inventado o parapetado en señales transitables de una ilusiva demanda, sino de aquel eventual acervo, que pocas veces ocurre. La intensidad del amor quebró la disímil racionalidad, que a lo largo de aquella tarde, infringimos en las inclemencias de lo imposible.
Cada palabra que brotaba de sus labios, era como si alguien estuviera describiéndome lo que en realidad era, coincidentemente su enfoque por la vida, la sensibilidad por la música y el arte declamaban la misma percepción libertaria que me dictaba el espíritu. Me cobijo en su lecho, admitiendo mi embelesada locura. Su belleza intelectual era tan compatible, que me conferí a una reflexión introspectiva, la mente me exhortaba admitiendo que era la mujer que estaba esperando, una estrellita iluminada que siempre codicie. Sentí que algo me brotaba desde muy dentro y que intentaba frenar mis instintos, un estallido interno, sublimando mis latidos y agudizando mis ingenios. La ferocidad se me presento poéticamente, y mi lengua se encendió de mudas palabras, me fui entregando al regazo de sus ojos maternales, al terso ombligo que me llamaba al descanso, sentí el consuelo de su luz desde sus profundidades y no me quedo mas que observarme tan extraño. Los enrulados cambios lentamente se tejían ante mis ojos. Allí estaba la fuerza femenina que descubría mi percepción y me invitaba a sentir el amor, la platónica referencia que revelaba mi debilidad y quebraba mi belleza. Hay del canto, la límpida entonación de torpes dedos que matan los trastes y la tensión, reanudando el amor ilustrado, en aquel rostro ruborizado de pétalos blancos, no me detuve a nada, la contemple y me deje llevar por ella.
Esta allí su figura, impregnada y evocada, su vocecita la tengo en la memoria, entonando repetidas veces, aquella canción nerviosa, que calo hiriéndome la voluntad. Su ausencia me arranco el sueño diurno y el cortejo crepuscular, en cada rincón intento revelármela y con una leve angustia revoloteo el café. Repetidas veces mis abrigadas noches se llenan de consuelo, desde aquel día añoro la vida, pero una pena profunda me penetra del recuerdo, a veces siento que la tengo cerca observándome y cobijando mi aura. Como un niño acongojado, la imaginación me vuelve a los campos a escuchar la matinal sinfonía y en el andar me detengo a observar las flores silvestres que van abriendo sus pétalos.
Estoy enamorado lo sé; invento al poeta, al diletante, declamando por sueños expropiados, e intentando descubrir al raptor de ilusiones, la imaginación me vuelve a la quimera y la tentativa de revivir los preciados momentos, de las húmedas calles, de aquella noche de lluvia y gritos desesperados, cuando nos deslizamos entre los cristales de vehículos prohibidos, con los miembros extendidos e imprimiendo los pasos cantamos bajo la lluvia; así descubrí a la niña encendida de emoción. Millones de gotas claras cubrieron nuestras voces, expirando la prisa, por calles y veredas cubiertas del chaparrón, salimos al telón a continuar el drama, el inmenso escenario se nos presento sublime, cientos de personas cobijados tras las columnas líticas observaban la función, la tuve junto a mi y tras sentir su fuerza, encontré el amor en el silencio de nuestras apretujadas manos, nos vimos comprometidos a conservar la afonía, no era necesario confesarlo.
La deje partir hacia el sur y, yo me marche como un correcto solitario, entre charcos iluminados que a mis pasos dejaban huellas de color, partió con la promesa de continuar la función. No la he perdido a pesar que jamás me perteneció; el amor no necesita discursos superfluos o letras barrocas, solo tuve apertura a la contemplación, a una dolorosa contemplación.
***
Desde la vez aquella sostengo la mirada introspectiva, a veces me cuesta entender la inoperante conducta. Cojo el bolígrafo y la señal intenta resistirse a la confesión, siento su perfume natural que brota al primer signo del recuerdo y conservo sus colores en la paleta para no angustiarme; con mucha inteligencia simulo el insondable sentimiento del desamparo. Tengo los labios amortajados y un suspiro infantil inventa mi felicidad, sin saber si la estoy sufriendo sin lágrimas; esta obsesionada confesión me enerva el espíritu. Durante los días me interno a los campos con el lienzo entre los brazos, puedo asegurar que desde aquel día se agudizaron mis sentidos, a tal discreción de poder intuir cada cosa que se mueve por mi derredor, pero hoy me siento paralizado, inerme como una planta, no se que hacer, solo la tengo en la mente recreándola, como el primer día. Recorro los mismos senderos que anduvimos juntos, mitificando aquel crepuscular atardecer, entregado al delirio diurno, inventando colores y pintando su sonrisa, convencido de que la amo irrenunciablemente. Ella es la luminosa poesía que brilla entre las verdes colinas durante mis días solitarios; el canto me brota y se remonta al oír mis pasos. Un aliento distinto se esquiva entre mis ojos y un sabor agridulce humecta las tristes tardes del otoño.
Algunas veces sentado al borde de la cama, profuso, licencioso y sin oír otra cosa sino las manecillas del viejo reloj al pie de la ventana pienso en ella. El curso de las noches se muestran letárgicas y con la garganta contenida, el miedo demarca mi inquietud al no poder detener mi fe por el amor. Me deslizo como la fresca lluvia por aquellas arterias de madrugada, añorando e inventando sus labios entre las rosas. Como un loco intrigado a la pasión intento arrancarle el amor a la nada, debajo de los galpones y faros solitarios. Con leve gesto y con una tenacidad desbordante, soporto el peso de su ausencia, llenándome los días de palabras bonitas; sin admitir la tristeza y la aflicción que me llena de gozo.
***
Como un neófito que recién comienza a descubrir los avatares del amor, me apresure a su encuentro la tarde aquella de su retorno. Estaba tan hermosa y recompuesta, con una lucidez que se reflejaban en sus claros ojos, la sentí nueva y su aroma viajera nuevamente me envolvió sin medida. Instalados en la azotea del hospedaje, divisamos los rojos techos y la solidez de los muros de piedra, salimos a charlar al parque y como nunca antes, detrás de aquel cuerpo adorable sentí su fuerza femenina, entregado a su instinto, comprendí paso a paso su efecto natural y su desnudez frenética. Sus preciados ojos permanecieron serenos y como una fiera en reposo contemplaba mi sueño fidedigno, mantuve mi ilusión controlada y me entregue por completo al entendimiento. Con una sabiduría increíble descifraba cada paso de mi conducta y con una distanciada maternidad amaba mi sentimiento y mis enloquecidas letras. Profusamente inspirado atesoraba su discurso y su intuitiva rebeldía. El deseo de ceñirla entre mis brazos dominaba mis pensamientos, me mantuve sereno descifrando la veladura de su aroma, mientras mis palabras flotaban como lerdas luciérnagas imaginando la agonía en sus rosadas mejillas.
No obstante la sustancial necesidad de poder amarnos con intensidad fue disipándose. Al siguiente día en el café, una leve perfidia revelaba sus labios, intente deglutir las duras palabras que me puso en suspenso. Por esas cosas del destino y, resignada a un compromiso responsable, Naomi evito los excesos de una pasión excelsa y extraordinaria. Al oírla confesar un extraño dolor densamente flagelaba mis nervios y el eco de su voz lentamente derrocho mi memoria, conforme el rubor intento nublarme los sentidos. Finalmente entendí que aquella mujer de aroma silvestre, estaba prohibida para mí, Naomi amaba a otro hombre que la esperaba por lejanas tierras. El silencio dictamino la fatal decisión, intentando claudicar el ardor de mis sentimientos, esa sutil indiferencia fue transformándose en una dolorosa veladura que intento estremecerme el alma, a pesar que mi amor por ella era tan elevado, me vi obligado a sufrir y descifrar cada fragmento de esta corta felicidad.
Aquella misma tarde descendimos por las cortas y desacertadas calles, hasta llegar al lugar donde finalmente tuvimos que separarnos. Tras su partida mis sueños se prodigaron, ella se marcho lejos y desde entonces llevo dentro una canción cuyas letras me cuesta traslucir. Vulnerable la imaginación me disuade con una maravillosa rebeldía reflotando mi oficio. Entre nebulosas sendas plasmo cada trazo, sin poder entender el dolor que agudamente humecta mis parpados hasta atestar las inconclusas peticiones de un amor prohibido.
Intrigados, sostuvimos las miradas, al prolijo deseo y a la necesidad profunda de la acción, no había alternativa para dar marcha atrás. Ella estaba convencida en comprender que no estaba equivocada y eligió la decisión correcta, consciente del amor profundo, que lentamente brotaba detrás de aquel estallido. La vibración fue clara y reciproca, sabíamos que no se trataba de un amor inventado o parapetado en señales transitables de una ilusiva demanda, sino de aquel eventual acervo, que pocas veces ocurre. La intensidad del amor quebró la disímil racionalidad, que a lo largo de aquella tarde, infringimos en las inclemencias de lo imposible.
Cada palabra que brotaba de sus labios, era como si alguien estuviera describiéndome lo que en realidad era, coincidentemente su enfoque por la vida, la sensibilidad por la música y el arte declamaban la misma percepción libertaria que me dictaba el espíritu. Me cobijo en su lecho, admitiendo mi embelesada locura. Su belleza intelectual era tan compatible, que me conferí a una reflexión introspectiva, la mente me exhortaba admitiendo que era la mujer que estaba esperando, una estrellita iluminada que siempre codicie. Sentí que algo me brotaba desde muy dentro y que intentaba frenar mis instintos, un estallido interno, sublimando mis latidos y agudizando mis ingenios. La ferocidad se me presento poéticamente, y mi lengua se encendió de mudas palabras, me fui entregando al regazo de sus ojos maternales, al terso ombligo que me llamaba al descanso, sentí el consuelo de su luz desde sus profundidades y no me quedo mas que observarme tan extraño. Los enrulados cambios lentamente se tejían ante mis ojos. Allí estaba la fuerza femenina que descubría mi percepción y me invitaba a sentir el amor, la platónica referencia que revelaba mi debilidad y quebraba mi belleza. Hay del canto, la límpida entonación de torpes dedos que matan los trastes y la tensión, reanudando el amor ilustrado, en aquel rostro ruborizado de pétalos blancos, no me detuve a nada, la contemple y me deje llevar por ella.
Esta allí su figura, impregnada y evocada, su vocecita la tengo en la memoria, entonando repetidas veces, aquella canción nerviosa, que calo hiriéndome la voluntad. Su ausencia me arranco el sueño diurno y el cortejo crepuscular, en cada rincón intento revelármela y con una leve angustia revoloteo el café. Repetidas veces mis abrigadas noches se llenan de consuelo, desde aquel día añoro la vida, pero una pena profunda me penetra del recuerdo, a veces siento que la tengo cerca observándome y cobijando mi aura. Como un niño acongojado, la imaginación me vuelve a los campos a escuchar la matinal sinfonía y en el andar me detengo a observar las flores silvestres que van abriendo sus pétalos.
Estoy enamorado lo sé; invento al poeta, al diletante, declamando por sueños expropiados, e intentando descubrir al raptor de ilusiones, la imaginación me vuelve a la quimera y la tentativa de revivir los preciados momentos, de las húmedas calles, de aquella noche de lluvia y gritos desesperados, cuando nos deslizamos entre los cristales de vehículos prohibidos, con los miembros extendidos e imprimiendo los pasos cantamos bajo la lluvia; así descubrí a la niña encendida de emoción. Millones de gotas claras cubrieron nuestras voces, expirando la prisa, por calles y veredas cubiertas del chaparrón, salimos al telón a continuar el drama, el inmenso escenario se nos presento sublime, cientos de personas cobijados tras las columnas líticas observaban la función, la tuve junto a mi y tras sentir su fuerza, encontré el amor en el silencio de nuestras apretujadas manos, nos vimos comprometidos a conservar la afonía, no era necesario confesarlo.
La deje partir hacia el sur y, yo me marche como un correcto solitario, entre charcos iluminados que a mis pasos dejaban huellas de color, partió con la promesa de continuar la función. No la he perdido a pesar que jamás me perteneció; el amor no necesita discursos superfluos o letras barrocas, solo tuve apertura a la contemplación, a una dolorosa contemplación.
***
Desde la vez aquella sostengo la mirada introspectiva, a veces me cuesta entender la inoperante conducta. Cojo el bolígrafo y la señal intenta resistirse a la confesión, siento su perfume natural que brota al primer signo del recuerdo y conservo sus colores en la paleta para no angustiarme; con mucha inteligencia simulo el insondable sentimiento del desamparo. Tengo los labios amortajados y un suspiro infantil inventa mi felicidad, sin saber si la estoy sufriendo sin lágrimas; esta obsesionada confesión me enerva el espíritu. Durante los días me interno a los campos con el lienzo entre los brazos, puedo asegurar que desde aquel día se agudizaron mis sentidos, a tal discreción de poder intuir cada cosa que se mueve por mi derredor, pero hoy me siento paralizado, inerme como una planta, no se que hacer, solo la tengo en la mente recreándola, como el primer día. Recorro los mismos senderos que anduvimos juntos, mitificando aquel crepuscular atardecer, entregado al delirio diurno, inventando colores y pintando su sonrisa, convencido de que la amo irrenunciablemente. Ella es la luminosa poesía que brilla entre las verdes colinas durante mis días solitarios; el canto me brota y se remonta al oír mis pasos. Un aliento distinto se esquiva entre mis ojos y un sabor agridulce humecta las tristes tardes del otoño.
Algunas veces sentado al borde de la cama, profuso, licencioso y sin oír otra cosa sino las manecillas del viejo reloj al pie de la ventana pienso en ella. El curso de las noches se muestran letárgicas y con la garganta contenida, el miedo demarca mi inquietud al no poder detener mi fe por el amor. Me deslizo como la fresca lluvia por aquellas arterias de madrugada, añorando e inventando sus labios entre las rosas. Como un loco intrigado a la pasión intento arrancarle el amor a la nada, debajo de los galpones y faros solitarios. Con leve gesto y con una tenacidad desbordante, soporto el peso de su ausencia, llenándome los días de palabras bonitas; sin admitir la tristeza y la aflicción que me llena de gozo.
***
Como un neófito que recién comienza a descubrir los avatares del amor, me apresure a su encuentro la tarde aquella de su retorno. Estaba tan hermosa y recompuesta, con una lucidez que se reflejaban en sus claros ojos, la sentí nueva y su aroma viajera nuevamente me envolvió sin medida. Instalados en la azotea del hospedaje, divisamos los rojos techos y la solidez de los muros de piedra, salimos a charlar al parque y como nunca antes, detrás de aquel cuerpo adorable sentí su fuerza femenina, entregado a su instinto, comprendí paso a paso su efecto natural y su desnudez frenética. Sus preciados ojos permanecieron serenos y como una fiera en reposo contemplaba mi sueño fidedigno, mantuve mi ilusión controlada y me entregue por completo al entendimiento. Con una sabiduría increíble descifraba cada paso de mi conducta y con una distanciada maternidad amaba mi sentimiento y mis enloquecidas letras. Profusamente inspirado atesoraba su discurso y su intuitiva rebeldía. El deseo de ceñirla entre mis brazos dominaba mis pensamientos, me mantuve sereno descifrando la veladura de su aroma, mientras mis palabras flotaban como lerdas luciérnagas imaginando la agonía en sus rosadas mejillas.
No obstante la sustancial necesidad de poder amarnos con intensidad fue disipándose. Al siguiente día en el café, una leve perfidia revelaba sus labios, intente deglutir las duras palabras que me puso en suspenso. Por esas cosas del destino y, resignada a un compromiso responsable, Naomi evito los excesos de una pasión excelsa y extraordinaria. Al oírla confesar un extraño dolor densamente flagelaba mis nervios y el eco de su voz lentamente derrocho mi memoria, conforme el rubor intento nublarme los sentidos. Finalmente entendí que aquella mujer de aroma silvestre, estaba prohibida para mí, Naomi amaba a otro hombre que la esperaba por lejanas tierras. El silencio dictamino la fatal decisión, intentando claudicar el ardor de mis sentimientos, esa sutil indiferencia fue transformándose en una dolorosa veladura que intento estremecerme el alma, a pesar que mi amor por ella era tan elevado, me vi obligado a sufrir y descifrar cada fragmento de esta corta felicidad.
Aquella misma tarde descendimos por las cortas y desacertadas calles, hasta llegar al lugar donde finalmente tuvimos que separarnos. Tras su partida mis sueños se prodigaron, ella se marcho lejos y desde entonces llevo dentro una canción cuyas letras me cuesta traslucir. Vulnerable la imaginación me disuade con una maravillosa rebeldía reflotando mi oficio. Entre nebulosas sendas plasmo cada trazo, sin poder entender el dolor que agudamente humecta mis parpados hasta atestar las inconclusas peticiones de un amor prohibido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario