martes, 1 de marzo de 2011

LA REBELION DE LAS BESTIAS

La estética y el Discurso Imaginario en José Maria Arguedas
Por: Kenny Villar Azurín.

“…todo lo que de animal rapaz y de serpiente hay en el hombre sirve a la elevación de la especie humana tanto como su contrario”.
Friedrich Nietzsche.

Desde siempre las comunidades autóctonas estuvieron articuladas a un espacio determinado. En esos territorios ambientados los grupos indígenas fijaron sus fronteras naturales, resguardados por espíritus superiores representados en una montaña, -wamanis, aukis, apus, achachilas, etc.- pequeños núcleos sociales que a lo largo de la historia mantuvieron su jerarquía idiosincrásica e incidieron en afirmar su solidez cultural, incluso durante el sistema patriarcal incaico y con mayor fuerza después de la incursión occidental al territorio andino.

El hombre se adopto a la naturaleza y la hizo propia por necesidad, desarrollando una sinergia y una ambientación reciproca, mitificada a lo largo de la historia mediante una serie de acciones rituales. Fuerzas sobrenaturales, confinados en las facultades sensoriales del indio y reveladas es su aguda sincronía y conocimiento intuitivos, perduraron suministrando su inamovible ejercicio con la naturaleza.

El hombre del ande adopto el carácter y la hostilidad de su entorno, no solo imitándolo, sino personificando de forma trágica lo sobrenatural, usando su cuerpo como principal soporte.

Seres teriomorfos y heliacos, espíritus conflictivos, hieráticos y abstractos capaces de transformarse en una planta, o personificarse en un hombre, animal o bestia, Influyeron en la estructura mental del hombre del ande. Animales salvajes, como el cóndor, el puma, el buho, el venado, el loro, el sapo, el waman, la wallata, la pariwana, el killincho, el atoq, el añas y, una infinidad de insectos como el huayronko, la chiririnka, el tankayllo, el ninakara, el utuskuro, etc. mantuvieron la expectativa del hombre andino premiándolo de conocimiento.

Pero la existencia de esas bestias sagradas y profanas, conservaron diferencias sustanciales, que respondieron a funciones particulares en los distintos núcleos culturales. El indio supo distinguir la particularidad y jerarquía, de cada uno de los ellos y los adquiría como referente simbólico y estético para mantener su equilibrio emocional. Por una razón sistemática el atoq o el añas por ser nocturnos, fueron relegados como entes inferiores ante la presencia del sistema patriarcal. Los seres o bestias por así llamarlos, enriquecieron el imaginario del autóctono por mas de cinco mil años de antigüedad.

Cada uno de los animales tuvo una representación particular en el hombre del ande. Animales o bestias adscritas y más cercanas a las divinidades sobrenaturales, otros en cambio permanecieron en el entorno cercano del indio, compartiendo su espacio, hubo también bestias salvajes como el atoq o el cóndor, que transitaban entre los dos mundos a libre albedrío.
Esas bestias guardan una metáfora, un conflicto, que en ocasiones afectaron la estabilidad del hombre andino. Existen bestias sagradas que el hombre no pudo atreverse a matarlos ya que muchos de estos se encontraban protegidos por los gentiles o espíritus de las montañas. Estas bestias conversaban con sus padres los apus, con frecuencia, ellos los guiaron siempre incluso hasta en su caza.

“…Y como están protegidos por la Pachamama, no tiene dificultades para encontrar su alimento. Ellos les dice: -“Si, vas por buen camino”-, y en caso de que se equivocan de dirección, -“No estas yendo por el camino correcto”- Es por eso toman otra orientación para mayor seguridad”. (Entrevista a Nazario Criales Rojas, 2005).

Hubo bestias totemizadas de poderes envidiables, seres temibles, que generaron odio y placer al mismo tiempo, bestias que minimizan el espíritu del indio hasta convertirlo en un pusilánime o en ocasiones en un trasgresor del modelo de vida.

La incursión de la religión europea muchos de estas animales fueron desarticulados y desacralizados de su intrincado vínculo religioso; como el atoq que sufrió rotundas modificaciones en la percepción del indio occidentalizado.

La tradición oral andina conserva una infinidad de experiencias sobre la transformación o la personificación de las bestias, sobretodo de aquellos animales malagüeros. En cuentos, leyendas y expresiones folklóricas estas bestias se presentan físicamente, a veces solo emitiendo sonidos premonitorios, sea advirtiendo la muerte de algún pariente o anunciando la conducta de los venideros meses. El imaginario del hombre andino complemento la presencia imperceptible de esas bestias, ciñéndola intuitivamente del conocimiento idiosincrásico.

Desde la época precolombina la sola representación de esas bestias era temible. Según la historia, los sacerdotes de la cultura Chavín, adquirían el poder del puma al ingerir sustancias alucinógenas durante sus sesiones rituales, del mismo modo pueblos guerreros como los Chankas, solían usar la piel del puma para cubrirse el cuerpo, durante sus conquistas, con el propósito de adquirir poder y atemorizar a sus enemigos.

Con la incursión de la cultura occidental, estas estructuras adquirieron nuevas formas de interpretación y representación. La contención inicial a inicios del virreinato, término por volcarse después en una fuerza sincrética, precisada en el mestizaje que rebaso la condición fisiológica, misma que demarca hoy al nuevo individuo.

La personificación de las bestias pervive hasta la actualidad en algunas comunidades de Apurimac, pero desacralizado casi en su totalidad del poder y del miedo que infundía antiguamente. Por ejemplo, los indígenas de la comunidad de Lliupapuquio, en Andahuaylas, llevan las pieles de los animales como parte de su ornamento tradicional, durante la fiesta de los carnavales. Salen cubiertos de pieles del puma, del añas, del atoq, la wallata o el unchuchuco, imitando el lenguaje corporal de las bestias durante el pukllay.

En la danza de tijera el tusuk adquiere poderes sobrenaturales otorgados por el wamani o espíritu de las montañas, a cambio este deberá de entregar su alma, una vez concluida la fecha del trato. El mismo “diablo” o wamani viene a recoger el alma del danzak, adquiriendo la personificación del cóndor en una noche plenilunar.

Las bestias son seres que al adentrarse en el espíritu del hombre andino le concede de poderes, llegando el mismo a desarrollar facultades instintivas progresivamente.
Pero cabe aclarar que no cualquiera puede adquirir esos poderes. Así como para ser un alto misayok, el indio, debe de advertir el impacto del rayo o amaru sobre el cuerpo - siempre en cuando este no le provoque la muerte- y pueda solo de este modo cumplir el oficio del sacerdocio; ser tusuk implica también poseer ciertas cualidades psíquicas.

Una cosa es que el hombre del ande se personifique en una bestia y otra es que esta adquiera la imagen de un hombre. Bestia entendida como un ser sobrenatural, un elemento simbólico y no un animal como tal, mas bien un ser extraordinario como el rayo, que puede adquirir la personificación de un amaru representado en un río.

En distintas leyendas como el de Cuniraya Viracocha recogida por Francisco de Ávila en el siglo XVI, y cuentos coloniales, como las que recopiló Efraín Morote Best, se podrá apreciar la transformación de las bestias en un ser humano.

Por otro lado en el mundo precolombino la representación de los animales teriomorfos y heliacos se muestran casi siempre conflictivos y contradictorios. Desde que el sistema patriarcal representado en el culto solar se impuso en la cultura andina, las bestias nocturnas sufrieron -dicen algunos autores- una categórica marginación, en cambio otros alegan, que la incidencia de estos conflictos, tenía mucho que ver con el comportamiento de los ciclos vitales de la naturaleza a lo largo del año. Todo este maravilloso conocimiento, casi siempre estuvo articulado a la cosmológica del hombre andino, consolidando y reformulando su sistema.

Pero esos animales no lo eran todo, en ocasiones las plantas complementaron el sentido simbólico de dichos conocimientos; ese es el caso del huayronko, un insecto de color negro y su ligazón con la flor del ayak zapatillan constantemente referido en la obra de Arguedas.
Estos seres sobrenaturales y bestias atemorizantes, relevaron una conducta cultural de los distintos núcleos andinos. En un universo de mitos y leyendas se podrá apreciar a esos seres contribuyendo en la construcción de canales de riego, previniéndoles de la sequía y de las inundaciones.

Al presentarse y pronunciarse animadamente, estas bestias anuncian al hombre, las acciones que debe de tomar ante los cambios de la naturaleza. La presencia del atoq en algunas comunidades andinas advierte la preparación de la tierra en el mes de agosto.
“Cuando se cree que la tierra esta viva”. “…se aparece (…) de allí que se escuchan aullidos lastimeros y entrecortados, si los primeros gritos son completos, el año agrícola se anuncia bueno. Si la redondez del grito viene tarde, tarde deben de sembrarse las semillas”. (Chirinos, 1996).

El hombre imito los ademanes de las bestias a través de las danzas. El indio antiguo así como el campesino contemporáneo de los andes se inspiraron en ellas, para componer sus canciones, relevando sus facultades instintivas para luego manifestarse mediante metáforas a través de huaynos tristes y alegres.

Con la incursión de la religión occidental algunas bestias s como el sapo, el añas, el atoq, la chiririnka, el tankayllo, el huayronko, así como algunas “plantas malignas”, adquirieron una terminante repulsión.

La incursión de la religión occidental no solo empeoro la imagen de las bestias, relacionados con la brujería, la maldad o la muerte, sino que altero su sentido simbólico, ese es el caso del atoq por ejemplo, que dejo de ser un superhombre, un chaman, o un artista, para convertirse en un taimado, tonto y glotón. Pero la audacia y la astucia del atoq siguieron inspirando al indio en la diversidad de sus expresiones artísticas. A lo largo del virreinato los occidentales trajeron consigo animales como el toro o el caballo, que el hombre del ande supo adoptarlos y las hizo propia por razones de utilidad.

Estos animales terminaron por ser aceptados como seres semisagrados. La novela de Yawar Fiesta de José Maria Arguedas, nos revela la temeraria presencia del “Misito” una bestia mitificada, protegido por el espíritu Apu Karwarasu, la montaña más grande ubicado en las alturas de Puquio. Arguedas nos comenta además, que la aparición de estos animales acompañando a los nuevos weakochas, fueron asumidas como un milagro por el hombre del ande, que empezo a cantarlos en huaynos y ha representarlos sobretodo en la ceramica.

LA BESTIA EN ARGUEDAS
El discurso de Arguedas transita por las distintas psicologías de sus personajes, se filtra por las disímiles estructuras metales, de indios, mestizos y gamonales. La bestia en la obra de Arguedas incide en la conducta del hombre mistificándolo y se revela en a través de esas memorias que jamás logran encontrarse.

Bestias escurridos, semisagrados, aparentemente sublimes, se peregrinan zigzagueando bajo esa poetizada veladura referidas por el propio autor. La victoria de la abstracción se mantiene incólume en la memoria de los personajes indios, pese a que este se enfrenta a rotundos cambios.
Las bestias que más infundieron la obra de José Maria Arguedas fueron todas aquellas que mencionamos páginas arriba. De todas ellas, las que tuvieron una mayor incidencia psicológica en el autor, fueron el toro “Misitu” en el Yawar Fiesta y el atoq en su obra póstuma El Zorro de Arriba y el Zorro de Abajo.

Tomaremos como referencia a este ultimo respetando su nombre nativo, atoq, con un propósito concreto; evitar el sentido contaminado del zorro occidentalizado.
Es bastante clara la diferencia que existe entre el atoq autóctono y el zorro occidental. El primero atesora un sentido simbólico, un poder, facultades sobrenaturales que lo catapulta como un ser solitario y temerario, a el, le corresponde la imaginación absoluta, facultades inalcanzable para cualquier hombre del ande.

El atoq autóctono no es aquel zorro occidental, tonto, glotón, escurridizo, taimado, vulgarizado en los cuentos infantiles o burdas acciones teatrales, muy por el contrario, el atoq, representa a un ser superior y divino.

No obstante en las obras de Arguedas, se podrá percibir la acción de las dos representaciones, reveladas en el lenguaje adulterado de sus personajes. En la novela Todas las sangres, se podrá apreciar la actitud despectiva del indio hacia el hacendado, al compararlo con el zorro hibrido y malvado. La siguiente cita correspondiente al dialogo entre un niño y un indio:
Dice el indio -¡Don Braulio es ladrón niño!

-¿Don Braulio? –contesta el niño
-Mas todavía que el atoq!- Acoto el indio.
La marcada distancia del indio frente al “principal” o misti –el más acaudalado y poderoso del pueblo, fue también parodiada por los nativos en la diversidad de sus expresiones folklóricas.

PANORAMA GENERAL DE EL ZORRO DE ARRIBA Y EL ZORRO DE ABAJO:
Para tener una apertura efectiva sobre la bestia de Arguedas, nos centraremos en deshilvanar la estructura de el Zorro de Arriba y el Zorro de Abajo, con el propósito de analizar el transito y la conducta de estos animales míticos.

El Zorro de Arriba y el Zorro de Abajo es una obra bastante sugestiva. Referida a la polarizada y engorrosa lucha, de indios emergentes -que huyeron y abandonaron las haciendas de sus antiguos amos-, de marginales híbridos y capitalistas pesqueros instalados en el puerto de Chimbote.

El Chimbote de Arguedas se nos presenta como un escenario donde se concentra una diversidad de tipologías sociales en constante conflicto, seres que no se entienden ni se conocen. En medio de ese incierto panorama, los indios luchan por instalarse y ganar espacio. La marginación es constante entre unos y otros. Si por un lado los indios portan chavetas, andan envalentonados, cargados de billetes que no saben como y en que gastar, por otro, empresarios procedentes de distintos estratos y contextos sociales, creen tomar control de la fuerza de trabajo de pesqueros e indios asimilados a la actividad industrial, monopolizando el mercado o usando lupanares como medio de contención económica.

El prostíbulo comulga a propios y extraños, las putas ganan mucho dinero, pero toda esta infestado con los desperdicios de las fábricas, allí los miserables indios zigzaguean compitiendo con los sentidos occidentalizados, llevando consigo la fuerza de las bestias inconscientemente. Los indios son el soporte y los mediadores por donde transitan las bestias sobrenaturales.

El conjunto de la obra es bastante imaginativa, cada uno de sus personajes posee una singularidad muy particular. Existe en ellos una lucha intrínseca por mantener posición firme frente a los otros. Seres huérfanos, victimas del clamor y la insatisfacción, casi siempre transitan de un lado a otro. Pretenden recrear la realidad en un territorio siniestro y caótico, a partir de iniciativas subjetivas que al ser expresadas terminan por verse contaminadas.
Ninguno de estos sujetos puede contra la embrutecedora maquinaria que opera desde un poder, sea mediante la mafia o el control económico. Por alguna razón estas victimas han huido o renunciado a sus territorios nativos y se han instalado en Chimbote, y transitan como galgos enrabiados por las calles de este puerto.

Hombres del primer mundo como Maxwell o la madre Kinsley, que al verse atosigados por el sistema capitalista, se vieron obligados a renunciar, al descubrir la esencia humana que entraña la cultura andina, por otro lado se percibe las acciones de una gran masa de indios que huyen de las minas y haciendas semi feudales, algunos con muchísimo odio hacia su cultura y hacia mismos.

Los rencores compartidos, entre aquellos hombres anónimos que han elegido el puerto de Chimbote, como único refugio tratando de rescatar o encontrar algo de dignidad humana, es bastante evidente, existe en algunos personajes como el indio Esteban de la Cruz, un cierto grado de conciencia humana, o aquella otra reflejada en las disparatadas acciones de su compadre el “loco” Moncada, pero los esfuerzos son vanos, porque el peso de la ignorancia se impone en esa sociedad perturbada.

Por otro lado la ciudad se muestra informe y caótica, la autoridad tiene poca relevancia, las barriadas crecen sin cesar debido al huayco de la migración social, y desde los medanos se levantan plumíferos olisqueando entre el basural humano. La resistencia frente a la expropiación del territorio, esa lucha instintiva que compromete la participación de hombres cegado por sus ambiciones y alcatraces que defienden lo suyo a costa de sus vidas. Estas aves se han visto a obligados a mendigar entre los basurales para buscar el sustento.

En la siguiente cita, Arguedas, es bastante provocador, al demostrarnos con crudeza el trastornado proceso de esta lucha por conservar el territorio, que enervan la sensibilidad de forma pasmosa. La cita corresponde a un dialogo entre Ángel Rincón Jaramillo, jefe de planta de una fabrica de harina y don Diego.

“El cocho (alcatraz) antes volaba en bandas… ¿Cómo se dice…? Armoniosas, eso es, de tal modo lindas, tranquilas, ornamentando el cielo como parte flor de esta bahía. (Ahora) Mueren a miles; apestan. Los pescadores los compadecen, como a incas convertidos en mendigos sin esperanzas”.
Si en la novela Todas las Sangres, el autor es incisivo en representar al indio que se resiste ante la humillación del misti, en El Zorro de Arriba y el Zorro de abajo, el indio se presenta con toda su intrepidez y audacia. El alcatraz despojado no es sino su contraparte, vale decir lo que el indio fue antes; un ser “avergonzado, que vagabundea su último aliento mirando la tierra”.

La utilidad económica revierte el sentido perceptivo del indio y lo convierte en un ser intrépido. El dinero es el eje fundamental capaz de mantener en “equilibrio”, aquella sociedad variopinta, tolera la ignorancia, su valor de uso se superpone a la moral y la idiosincrasia de propios y extraños. El dinero es el atributo sustancial del modus operandi, el único recurso capaz de resguardar la palpitación de aquellos espíritus solitarios de forma incondicional.
La obstinada lucha por sobrevivir a costa de perderlo todo es relevante en El Zorro de Arriba y el Zorro de abajo. Hombres y animales expuestos a una lucha tenaz por sobrevivir. Si por un lado las debilitadas aves del mar morían tras perder sus fuerzas instintivas, por otra los hombres pagan precios sustanciosos para satisfacer sus instintos sexuales en lupanares instalados en derredores de las fábricas.

La lucha intrínseca naturalmente era inconsciente, mientras unos lo perdían, otros los compraban. El indio insolentado, que aprendió primero a nadar y pescar, es victima y forma parte de esa caótica realidad al participar en ella. La novela nos revela detalladamente la diversidad de intereses de sus protagonistas que comulgan en lupanares pagando altos precios por fugaces consuelos.

Arguedas nos había ya anunciado, sobre el malestar del indio, en uno de sus artículos etnográficos, especificándonos sobre la conducta de lo que el llamo “indio insolentado” (Indios, Mestizos y Señores, 1987).

“Indio insolentado” que al incurrir en la economía capitalista, lucha desmedidamente y anhela las facultades de su antiguo humillante misti, para convertirse en alguien igual o peor que el, y que al no lograr sus propósitos termino extraviado con el instinto insatisfecho.
La mafia de las empresas pesqueras lo controlaba todo, mediante el negocio de los lupanares, el hombre siempre condicionado a las necesidades económicas e instintivas.
Pero cabe recalcar que la conducta del indio es relativamente ambigua, porque no todos los serranos fueron victimas de la mafia. Hubo serranos como el cholo Guerrero venido de Sicuani, que pese a su ignorancia logro escabullir a la mafia, al ahorrar y casarse con la hija de un conocido carnicero.

Los indios mantienen una fortaleza espiritual bastante segura, no sufren o mueren “como pez en el agua”, -como afirma el sindicalista Zavala-, por el contrario, son seres que luchan adaptándose con una confiable naturalidad.

Otra cosa que llama poderosamente la atención son las percepciones que tiene el serrano con respecto a la sexualidad. Si por un lado se percibe la conducta automarginante de indios como Asto, Tinoco o Estaban de la Cruz que conservan un extraño signo, tal vez ingenua. Estos indios no distinguen el sentido intrínseco del dolor moral, como lo entendemos nosotros.

La conducta sexual de Asto al acostarse con una puta rubia –la Argentina- es impresionante. El ejercicio sexual le llena de vigor y se siente victorioso, le da una seguridad capaz de sobreponerse a sus paisanos con quienes comparte el oficio de la pesca. Pero no le rinde el mismo valor a la actividad sexual de la mujer. En otro pasaje de la obra Tinoco, otro serrano que tiene por hermana a una prostituta en uno de los lupanares, no tiene el menor remordimiento, ni vergüenza, de ofrecérsela a cualquiera que le agrade, incluyendo su mujer.

En los dos ejemplos la jerarquía sexual masculina se muestra impúdica y sobre todo dominante. El indio Tinoco, desconoce la sensibilidad –occidental- moral sobre el sexo, tampoco entiende en su totalidad el valor del comercio sexual. La conducta sexual del indio no altera el sentido afectivo algunos grupos en particular, ese es el caso de Gregorio Bazalar el criador de cerdos, que tiene dos mujeres compartiendo la misma vivienda.

LA BESTIA EN EL ZORRO DE ARRIBA Y EL ZORRO DE ABAJO:
Haciendo un análisis subjetivo a la obra de El Zorro de Arriba y el Zorro de Abajo, se podrá apreciar una dicotomía en las acciones de las bestias: por un lado están presentes los zorros “comunes” y pendejos en una lucha encarnizada por sobrevivir y por otro se asevera la presencia del atoq mítico de forma incorpórea. Dotado de una “omnipotencia de ideas”, Arguedas adopta a este último como ente rrevelador e incorpóreo al narrar la totalidad de la obra.

El autor coge el sentido autóctono del atoq, predominando sus facultades sensoriales y su carácter instintivo y se manifiesta, usando la misma metáfora mítica, recopilada en los manuscritos de Francisco de Ávila en el siglo XVI, manuscrito de la que el mismo Arguedas fue su traductor. Pero su enfoque es multidimensional, tanto zorros corporizados como atoq incorpóreo, se muestran siempre en movimiento, jamás se detienen.

El atoq, se manifiesta a través del propio Arguedas, narrando el doloroso parto que sufre el indio, en su proceso de aculturación y de cómo esta experiencia se convierte en un nuevo malestar para este. Cuando la economía capitalista – aparentemente-, termina por despojarlo de sus creencias, convirtiéndolo en un elemento humano bastante peligroso.
Arguedas se pronuncia como una bestia nietzcheana, revelando y previniendo las consecuencias de ese malestar cultural en el nuevo indio, que ya anunciaba su venganza histórica, venganza que en otro ensayo explicaremos detalladamente.

En la novela los zorros se manifiestan mediante imágenes o cuerpos metafóricos, como la soterrada presencia de don Diego, un hombrecito medio encorvado y cojo, con bigotes cargados, de cuerpo escurridizo, danza inteligentemente con el propósito de hipnotizar a las personas que visita, su nombre, don Diego, como en los cuentos que aun perviven en algunas zonas populares del ande peruano. Personaje que olisquea entre la chusma politizada y rebelde, los prostíbulos, las fábricas o residencias precarias de los barrios populares de Chimbote, buscando información. Diego en la obra se muestra como un instrumento que trabaja para un poder oculto, como Braschi, la CIA o tal vez para ambas.

En cierta forma la presencia física de don Diego rompe con la magia del libro, sin embargo la presencia subjetiva de la bestia, enmienda el conjunto mítico de la novela. En el Zorro de Arriba y el Zorro de Abajo, Arguedas habla mediante el atoq yunga, intentado abstraerse para contar los acontecimientos de Chimbote al hanak atoq.
El dialogo entre los atoq kuna es bastante claro y concreto.
Dice el hanak atoq:

“Oye: yo he bajado siempre y tu has subido. Pero ahora es peor y mejor. Hay mundos de más arriba y de más abajo. El individuo que pretendió quitarse la vida y escribe este libro era de arriba; tiene aun ima sapra sacudiéndose bajo su pecho. ¿De donde, de que es ahora?” –Luego prosigue su dialogo en quechua, a la que el mismo tradujo –“Como un pato cuéntame de Chimbote, oye, zorro yunga. Canta si puedes, un instante. Después hablemos y digamos como sea preciso y cuanto sea preciso”.

El atoq yunga (vale decir Arguedas) le responde en quechua y el mismo autor se encargo de traducirlo:

-“Muy fuertemente, aquí, los olores repugnantes y las fragancias; los que salen del cuerpo de los hombres tan diferentes, de aguas hondas que no conocíamos, del mar apestado, de los incontables tubos que se descargan unos sobre otros, en el mar y al pesado aire se mezclan, hinchan mi nariz y mis oídos. Pero el filo de mis orejas, empinándose, choca con los hedores y fragancias de que te hablo, y se transparenta; siente, aquí, una mezcolanza del morir y del amanecer, de lo que hierve y salpica, de lo que se cuece y se vuelve acido, del apaciguarse por la fuerza o a pulso. Todo ese fermento esta y lo se desde las puntas de mis orejas. Y veo, veo; puedo también, como tu, ser lo que sea. Así es. Hablemos, alcancémonos hasta donde es posible y como sea posible”.

Arguedas al narrar, esta afirmando una voluntad de poder. Es la afirmación de una superioridad subjetiva, revelada en el instinto del atoq a quien representa, sobrevalorando su cualidad instintiva, -olfato y oído-, y la limpidez que genera la erección de sus receptivas orejas, en ese aire denso y contaminado que en realidad no afecta en nada a la bestia omnipresente, personificado en el.

Hay en ello una intención voluntaria de reafirmar el mito, como quien rompe el sentido historicista, tal vez ofuscado en el delirio que por entonces padecía el autor. Que el dialogo tiene la clara intención de sobreponer su espíritu bestiario es bastante evidente, pero de aquella bestia transfigurada en el nuevo indio. Solo el –este ser- como lo afirma el mismo autor, puede entender lo sobrenatural.

Reafirmo el ejemplo con este otro ejemplo, que el mismo Arguedas puntualiza al referirse al canto de los patos negros de los lagos de altura. El canto del pato -dice el autor a través del atoq-, baja entre el silencio de las montañas y es capaz de hacer bailar a las flores silvestres.
El propósito es intencional. Condena la debilidad de los hombres, incapaces de entender el canto del pato que sensibiliza a las criaturas silvestres, si este se propone entender el ánimo del mundo. El dialogo entraña una metáfora, que revela el carácter solitario del Zaratustra nietzscheano en su estado trágico y sublime. (1)

A inicio del segundo capitulo, se afirma la existencia de zorros que vienen de mundos de más arriba y de más abajo, de un mundo “peor y mejor”, Vale decir que los zorros míticos deben de enfrentarse a nuevos cambios, ellos solo observan la acción de los zorros terrenales, representados en los capitalistas y pesqueros, ricos y pobres, costeños e indios acriollados, etc.

Hay una simbiosis entre mito y realidad que el autor entreteje bastante bien, para obtener una repercusión simbólica, la función significativa no altera el contenido y sentido del mito autóctono, pese a la acción arbitraria y creativa del autor. Nada es casual en la obra de Arguedas. Las bestias de Arguedas son criaturas autóctonas, fieras salvajes como el atoq o aquellos otros como el toro “Misitu” del Yawar Fiesta, admitidas por el hombre del ande como seres totemizados que infunden temor y respeto.

CONCLUSIONES:
Como se ha podido ver la incidencia del autor a través de las bestias es bastante sugestiva, que provoca una conexión ineludible. Esas substancias hilvanan la estructura estética de sus novelas. El ejercicio de esas expresiones se presenta magnificas e inciden en la conducta de sus personajes.

Citando a Sigmund Freud; “Esta actitud y las supersticiones que dominan su vida, nos muestran cuan próximo se halla el salvaje, que cree poder transformar el mundo exterior solo dotado de una omnipotencia de ideas”.

Considero también certero que esas facultades sobres humanas en individuos que hayan llegado a desarrollar la imaginación y un conocimiento elevados, recursos mas que suficientes para quebrar valores y romper el sentido de cualquier orden como lo hizo José Maria Arguedas. La experiencia vivencial y la enriquecida profesión que en cada momento atesoro su imaginación, fueron sumiéndolo en las profundidades del alma andina.

En tanto la genialidad se nos siga mostrando compleja, las bestias de Arguedas seguirán transitando por los diversos núcleos, circuitos idiosincrásicos o estructuras mentales, sea mediante una simbiosis artística o en el ejercicio de las relaciones políticos sociales revelando su carácter bestiario.

La actitud de Arguedas de poder personificarse en si mismo como atoq, pone en tentativa no solo el sentido estético de la obra, sino que el carácter simbólico de su propuesta intelectual, entraña una demanda declamando su continuidad, que es la que finalmente la seguirá atesorando.

(1) Es además insistente al poner en tentativa el valor de la palabra, -la palabra del Dios occidental- considerándola “precisa en desmenuzar el mundo”, y que por esa misma razón es capaz de “generar confusión”. Son diversos los pasajes del autor cuando se refiere al valor de la palabra. Pero la palabra a la que se refiere Arguedas, es a la moral cristiana que lo puntualizamos en el siguiente ejemplo, donde el autor habla a través de Gregorio Bazalar, a sus dos mujeres –Juana y Esmeralda- a quienes, como a sus animales “sabiosamente había enstruidos”.
“La palabra, hijas, es cosa de Dios que ha dado al hombre para que maneje a los cristianos, mas razón a los animales”.

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